Desventaja

Me persigno antes de cualquier encuentro y ruego que la magia no suceda.
Que no me atraviese el sutil encanto de una mirada.
Que un roce no me deje sin argumentos.
Que un suspiro no me muerda el corazón.

No puede haber descuidos porque el amor siempre me pone en desventaja.

Me acorrala contra las inseguridades propias y la vacilación ajena.
Me niega certezas.
Me distancia de todo lo que hasta ayer era fiable.
Me sacude, me distrae y tambaleo.


Pero, ocasionalmente, acontecen las ganas.
Ganas de atarme a tu cuello como un barrilete.
De bajar el cierre de tu alma y deshollinar tus penas.
Y ser un pedacito de viento, de mar o de cielo.
O cucharada de dulce de leche o caramelo de limón.
O barquito de papel. O mecedora.

Sucede que me pierdo en la curva de tus cejas y hasta improviso un picnic en tu más lindo lunar.
Ocurre que sacudo mis pequeñas libertades contra tu contorno hasta que quedar con las costuras a la vista.


Y tiemblo (apenas) cuando descubro que lo que más miedo me da no es esta confiable pero impertinente soledad, sino esta enorme desventaja de sentirme vulnerable.
Sobre todo, cuando te te miro y me doy cuenta que me deshago como un terrón de azúcar en el fondo de un pocillo de café...