La pluma es valiente, mucho más que quienes entre sus manos la sujetan. Por eso ella se atreve, descarada, a revelar todo aquello que la boca, que los labios, de quienes con mayor o menor acierto la empuñan, no son capaces. No trates de buscar sentido a mis palabras, quizá sean fruto de un sueño, o de un desvelo, o de ambos, quien sabe...
¿No soy ninguna diosa?.
No soy ninguna diosa?.
O Sólo soy una mujer que necesita abrir sus muros para despegarse de su soledad.
Siempre he sabido que la soledad se encaprichó conmigo desde que nací. Me envolvió en una burbuja y me fue mostrando el mundo a través de ella.
Supongo que acabaría fiándose de mi fidelidad, porque me dejaba salir de vez en cuando para mezclarme con personas a las que empecé a llamar amigos. Y al descubrir entre ellas a seres fascinantes me alejé poco a poco, cada vez un paso más, de mi despótica soledad.
Demasiado ambiciosa le parecería mi idea de que el mayor vínculo que se puede tener con una persona es abrir ambos mundos y empezar a construir tiempo con ese otro para quien, sorprendentemente, eres valioso entre todos los ámbitos de tu vida.
Mi vida, tan insignificante para la inmensa mayoría de personas que me rodean. De pronto llega alguien que se para a mirar en las profundidades de mi ser.
Y tú, mi caprichosa soledad, me rompes el diamante en las manos y me llevas otra vez tras tus muros.
Camino por la calle (contigo, como casi siempre) y siento tu frío clavarse en las manos cada vez que se me cruza una pareja por delante.
Tan acostumbrada ya a tu frialdad, que la calidez me suena a ensueño, a irrealidad; como recuerdo ahora los momentos en los que escapé de ti.
Por eso tengo la sensación de haber estado casi siempre medio viva, sin existir.