He empezado a escribir más narrativa que lírica.
El cuento fue tomado un cariz social que devela la razón por la que una mujer acepta ser abusada, y es que es una forma de vivir, que se reprueba, sí, pero quien la vive no puede o no sabe vivir de otra manera.
Para ser libres, debemos estar dispuestos a instalarnos en nuestros propios abismos.
Lean, compréndanlo y reflexionen.
Un gran abrazo.

Encarcelada.
Desde que ya no estaba, sentía que algo le faltaba
irremediablemente.
Se había acostumbrado a que él era el motivo de su vida.
Habían sido muchos los años en que habían vivido unidos
de tantas maneras, todas ellas contactos negativos, oscuros y malsanos.
Durante ese largo tiempo de nefasta relación, había
despertado cada día invariablemente pensando en él, asimismo le dedicaba su
último pensamiento al acostarse. Se había convertido en su obsesión, en la base
de su existencia, le absorbía su energía vital, su concentración, todos sus mas
bajos y depresivos instintos.
Ahora que ya no estaba, no sabía que hacer con ese hueco
en su existencia.
Pensaba si no hubiera sido mejor dejarlo que viviera.
Le parecía que había sido una mala idea decidir matarlo.
En ese entonces, ni siquiera hubiera podido predecir la
extraña reacción de su mente. Había creído todo lo contrario, que
desapareciéndolo de este mundo se esfumarían como por arte de magia todos los
lazos oscuros y bajos que la ataban a su verdugo. Que volvería a ser feliz, a
estar tranquila.
Pero no había sido así.
Ahora, entre las cuatro paredes de su celda fría y
desolada, lo extrañaba. Lloraba mucho, porque lo buscaba para odiarlo y
solamente le llegaba a la mente la imagen plácida, inofensiva y ausente de su
rostro muerto.
Quería sentir ese rencor inmenso que le producía recordar
el abuso brutal al que la había sometido durante tanto tiempo, pero el hecho de
haberlo asesinado a sangre fría y despiadadamente, de pronto había saldado toda
la cuenta, y esa venganza había borrado completamente la amargura de su
corazón. Su alma estaba limpia, sin mácula, virginal.
Se sentía otro ser al que no reconocía, viviendo en un
cuerpo ajeno con el que no sabía qué hacer y con el que no le gustaba vivir.
Muy tarde había comprendido que ella era un ser carroñero
y él su carroña y que insensatamente había cortado de tajo su alimento en la
tierra.
Ahora moría de hambre eternamente.
En una interminable agonía ansiando esa agonía.