Ella se levanta temprano, sale a comprarse algo lindo, camina horas buscando eso especial, que desea a él le encante. Pasa de probador en probador, intentando ponerse en sus ojos (los de él), para verse tan linda como espera la vea.
Cree encontrar aquello que él desearía verle puesto.
Pasa por una peluquería, y se hace ese corte que tan bien se le ve a SU (la de él) modelo favorita, pero claro, ella ni siquiera tiene SU color de pelo (el de la modelo). Aún así, intenta lucir lo mejor posible para su amor.
Llega a su casa, con la ansiedad calzada, faltan cuatro horas para que él pueda verla hermosa, pensar que lo hace todo por él.
Se pone una bincha, para no arruinarse el pelo, y empieza a pasarse las cremas que le recomendó mamá, no para hasta sentir su piel suave.
A medida que transcurren las horas que la distancian del encuentro, se pasea frente al espejo, con su ropa nueva, tratando de combinarla lo mejor posible con alguna prenda vieja.
Pruebas de maquillaje, que tiene que lucir natural, como si fuera su propia belleza la que brillara esa noche.
Más de diez sonrisas distintas van a impregnarse en el espejo, que oficia de él, hasta que aparezca.
La hora se acerca, una vez decidido todo lo demás, se sienta a imaginar que decirle cuando llegue, como recibirlo.
Ya son las nueve de la noche, la hora acordada, durante la última media hora no paró de mirar el reloj, cuando el reloj marcó las 21.01 sólo restaba esperar el timbre, melodía deseada.
Pasó media hora, debe haber perdido el colectivo, piensa ella. Una hora, ¿le habrá pasado algo?
Pasada la hora y media llega él, mirando al suelo, y sin siquiera haberse afeitado (justo que tanto la lastima). Fue sólo un retraso, se distrajo viendo los goles del partido…