Durante su vida real era un paria, un marginado, un hombre ignorado. Al cruzar al otro lado del espejismo, sus bondades salieron a flote y se transformó en el aguerrido guerrero que realmente era. Su voluntad de hierro se convirtió en su espada, y la belleza de su alma en una imponente armadura impenetrable.
Al amarla por primera vez, el guerrero entregó su corazón a La Dama. Y ella, para conservarlo intacto, lo convirtió en una pequeña flor blanca. Una flor que besa todas las mañanas al despertarse. Una flor con la que acaricia sus pechos todas las tardes. Una flor que riega todas las noches vertiendo sobre ella una única y solitaria lágrima salada.